-¿Qué haces con ella?- dijiste - ¡No me mientas, me estás mintiendo!- Recuerdo el efecto que el alcohol hizo en ti. Llamaste y le gritaste. Volviste a aparecer sin previo aviso. Nunca supe si realmente fue por mí, porque fuera él quien estaba conmigo y no tú, o, por joder. Sólo sé que en ese momento decidí que ya no te quería. Ya no eras cálido. Me hiciste sentir culpable por disfrutar y olvidarte, mientras que tú ya habías re-hecho tu vida no una, sino, dos veces y en buena compañía. Ya sabes, me metiste en el medio, otra vez. Y tú que pensabas que me estaba haciendo la difícil. Que no, que era natural, auto protección. Y luego él, que decía que no lo entendía, que si tuviste tu momento y no lo supiste aprovechar no había lógica en esa reacción. Que le gusto. Que eres un egoísta. Tantos gritos y yo, callada, entre los dos. Fíjate. Ya no somos más tú y yo, aunque se empeñen en que sí. Quedó demostrado el 31. Podemos correr el riesgo, ya no soy yo la que se va a preocupar por si decides saltar sin saber dónde vas a caer, si te quedas sin respiración y te marchas al siguiente día. Me puedo acercar y simplemente darte un beso en la mejilla, hablar de ti sin que duela, hablar de ti, algo que siempre he esquivado. Y después, preguntarte qué tal la vida. Y tú, mientras, me preguntas que cuanto tiempo voy a quedarme. Y mi respuesta es que ya no voy a quedarme, contigo no. Que yo sé perfectamente que tu historia se encuentra entre su casa y Granada. Y la mía en algún garito de Madrid.
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